Se dedicaron a destruir la modernidad desde polvorientos libros y estéticas decimonónicas, pero todo esto era una fantasmagoría, una ilusión complaciente.
Eran tan predecibles, tan controlables, tan identificables, tan manipulables, tan utilizables que sin saberlo eran un engranaje necesario y funcional. Institucionalizaban la rebeldía, la cristalizaban, la convertían en algo mecánico y obvio, ocupaban su lugar como "disidencia aceptada".
Nunca supieron lo que era la libertad porque nunca estuvieron "un poco locos".
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